Aproximación a una tristeza
Yo no cambiaría un fragmento del cielo de Frailes por el agua que apagara esta sed de muerte. Aún si en mis manos estuviera detener el paso apresurado de cualquiera de sus infinitos riachuelos, haciéndolo similar a un cuerpo enredado de batatilla, para bebérmelo, no lo haría. Prefiero el fuego que dentro de mí es un genocida de todos los recuerdos habidos y por haber: ya no recuerdo nada, ya no podré jamás recordar nada. Prefiero la muerte que estrechar las manos de quienes me capturaron; la mendicidad que la fama, la gloria que estriba en morir en el cuerpo de una mujer de estas tierras, que la gloria mezquina del reconocimiento y que es otorgada por el poder sobre mis hermanos.
Mis días están contados, apenas tengo la contemplación de la guadua extendida desde mis ojos hasta lo incolumbrable, las serpientes líquidas que nacen a sus pies y que se pierden como si persiguieran el sur con el fin de comérselo en los montes entrañados, las cuales, como dije no hace mucho, me rehúso a beber. Soy capaz, además, de oler anticipadamente los disparos que me fusilarán. Oigo de antemano cómo revientan los arcabuces, sé el color de los ojos de algunos soldados. Lo sé todo, míos son los espejos del tiempo. Podría pararme ante ellos y escupir el huracán del fuego que soy matándolos y matando en ellos la angustia de mi pueblo, sin embargo no tengo ya una razón para vivir. ¿No sabes que soy un sobreviviente entre la podredumbre de los cuerpos de quienes amo?
Voy a cerrar los ojos, voy a apretar mis manos eléctricas para contener una catástrofe universal, voy negar mi esencia, voy a mirar los cafetales intrusos sin escupirlos, miraré las grandes industrias sin poner mi pie sobre ellas, veré los rostros de los desconocidos que habitarán mis praderas sin maldecirlos; caminaré en silencio por el pasillo que lleve a mi fusilamiento; como dije, prefiero la muerte, pero, como el orfebre es el oro, sé que no podré morir como mueren los humanos. Me han de disparar, lo veo. Estar en esta situación es patético. Todos los Putamaes estuviesen de acuerdo en que su señor pensaría que el cielo de Frailes sólo es comparable a una mujer de batatilla, por lo cual, aunque sea sólo la liquidez que lo salvara del precipicio, no se puede beber. El cielo de Frailes es el agua acendrada por los dioses con la única finalidad de lavar las sagradas manos de los primeros Quimbayas. Me dejo caer en la vaguedad de mi suerte fulminante, y muerdo el fuego enloquecido.
Por: Albeiro Guiral